Antiguo colegio de Huérfanos de Ferroviarios

Tipo de centro

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Puesta en funcionamiento

1935

Descripción

Antiguo colegio de Huérfanos Ferroviarios de Torremolinos
Vista actual de edificio

Con la construcción del colegio en Torremolinos se inicia la conformación de la red de Colegios de Huérfanos de Ferroviarios, en la que Madrid se erige como entidad central y el resto de sedes como sucursales. Por tanto, resulta muy relevante que ese primer colegio periférico se situara en Málaga, en la ciudad en la que la tercera empresa ferroviaria del país, Ferrocarriles Andaluces, estaba radicada.

Su capacidad inicial se planteó para 300 estudiantes, lo que le haría ser uno de los de menor alojamiento de toda la red.

El edificio del Colegio de Huérfanos de Ferroviarios de Torremolinos (Málaga) (1933/1935) es una obra ampliamente reconocida en publicaciones, así como en registros y legislación patrimonial, siendo declarado en 1990 Bien de Interés Cultural en su categoría de máxima protección como monumento. Actualmente continua en funcionamiento como Centro Cultural Pablo Ruiz Picasso.

Proyectado en 1933 y construido entre 1934 y 1935 para albergar un colegio destinado a la formación y alojamiento de los huérfanos de ferroviarios, el inmueble se alza en una gran parcela de 23.108 metros cuadrados asomada al mar. El mismo se aleja de las tipologías claustrales habituales en los colegios urbanos de la época para articularse mediante dos amplias crujías de dos alturas interconectadas por una tercera en disposición perpendicular a aquellas, conformando una planta en H irregular que favorece la presencia de patios intersticiales abiertos al parque que rodea el inmueble.

Todo el conjunto queda así subordinado a un eje axial que distribuye los espacios simétricamente y que queda remarcado por la sucesión del acceso principal, la crujía perpendicular, las escaleras principales y el volumen curvo que centra la fachada trasera. Este esquema tradicional se plantea sin embargo en relación a la búsqueda de efectos expresivos y simbólicos en el conjunto, al asimilarse éste en planta a un avión.

El arquitecto asume así una actitud definitoria de la arquitectura moderna al inspirarse en la nueva iconografía maquinista, empleándose constantes referencias a aviones o barcos. El optimismo en el progreso, tan propio de una institución destinada al desarrollo de nuevos conceptos higienistas y docentes, se traduce en formas aerodinámicas y convierte al inmueble en una metáfora de la modernidad representada por un avión que se posa sobre una enorme parcela.

La exigencia de modernidad se traduce también, y muy especialmente, en la depuración arquitectónica efectuada; los volúmenes se presentan completamente desnudos, empleándose únicamente en su articulación paredes lisas y encaladas horadadas por grandes ventanas sin marco. Las amplias terrazas reciben unas barandillas metálicas que evocan decididamente el diseño de los trasatlánticos.

El sobresaliente cuerpo curvo de la fachada trasera, orientada al mar, constituye un estupendo recuerdo de las enseñanzas de Le Corbusier, condensadas en un muro libre y abierto por grandes vanos horizontales. La pérgola adintelada y realizada en hormigón visto que remata la terraza completa las referencias directas al nuevo lenguaje moderno surgido de la Vanguardia europea. Solo se permite una única concesión a la tradición arquitectónica regional en la galería de arcos que recorre la fachada principal, elemento destinado a comunicar las aulas y carente en origen de cualquier elemento de cierre. Esta galería se interrumpe en el centro para alojar un acceso de reminiscencias decó.

Plano de planta que recuerda a un avión

Ya en el interior sorprenden las potentes horizontales de la viguería vista que recorren los techos, decorados en el caso del salón de actos con vistosos casetones inspirados en la arquitectura romana. Dicha estancia, alojada en el cuerpo transversal, y la gran escalera exhiben el mismo empleo de barandillas metálicas de las terrazas, las cuales vienen a subrayar el predominio generalizado de las líneas paralelas.

El Colegio de Huérfanos Ferroviarios fue una institución nacional destinada al auxilio social de los huérfanos de ferroviarios, ubicada en origen en un inmueble de Madrid fundado en 1930. Debido al número de huérfanos este primer colegio quedó pronto pequeño, por lo que se decide la construcción de nuevos colegios en otros puntos de la geografía nacional; el de Torremolinos fue el primero. Francisco Alonso Martos (1886, Granada /1961, Madrid, t. 1913) fue el arquitecto contratado para llevar a cabo dichas construcciones.

El de Torremolinos estuvo en funcionamiento hasta el 30 de junio de 1972, cuando se decide trasladar a los niños y clausurarse ante el descenso del número de huérfanos. En este último curso, de una capacidad de 325, solamente se habían ocupado 180 plazas, por lo que la realidad exigía el cierre del colegio. Tras la clausura, se designó una comisión para estudiar su futuro, pero desde entonces permaneció abandonado, entrando en un proceso de deterioro que parecía irrefrenable. Afortunadamente, el inmueble y sus jardines fueron declarados Bien de Interés Cultural en 1990, acometiéndose a partir de 1998 las obras para su rehabilitación.

Las obras de restauración y acondicionamiento, que dejaron intactas la estructura y fachadas del inmueble, finalizaron en junio de 2001, procediéndose por parte del Ayuntamiento de Torremolinos al equipamiento del edificio, finalmente inaugurado como equipamiento cultural el 12 de noviembre de ese mismo año.

Innovación pedagógica

Primeros alumnos del colegio, hacia 1935

La propuesta educativa de los CHF formalizaba «los valores de progreso y modernidad» que caracterizaban a las asociaciones vinculadas al ferrocarril. Esta visión encuentra su acomodo en las reformas del sistema educativo de las primeras décadas del siglo XX, con un impulso relevante en la década de los años veinte, con el objetivo de que se «aleje el clasismo de la enseñanza, suprima el monopolio clerical e incorpore las nuevas corrientes pedagógicas a una realidad escolar anquilosada».

Pero los compromisos políticos adquiridos por la Dictadura de Primo de Rivera desembocaron en una instrumentación ideológica de la educación que afectaría puntualmente al proyecto educativo de los CHF: en un principio se muestran «indecisos entre optar por seglares o por comunidades religiosas». Aunque finalmente apostaron por la educación laica, habilitaron una capilla en el CHF de Madrid.

La Segunda República será el régimen político más propicio para el proyecto educativo del CHF. Las prioridades de innovación pedagógica quedan patentes con la contratación de Aurelio Rodríguez Charentón como director del CHF en Madrid, desde mayo de 1934 a junio de 1936, considerado como «uno de los pedagogos más importantes de España»

En Torremolinos, la dirección la ocupó Jacinto Ruiz Santiago, con igual trayectoria en innovación pedagógica, que dimitirá tras el levantamiento militar. Los planes de estudios se componen, desde 1922, de Primera y Segunda Enseñanza, incluyendo esta última hasta el grado de bachiller –en 1929 incluye el bachiller elemental y el universitario–. Las enseñanzas eventuales que se contemplan se establecen tanto para niños como para niñas, con leves variaciones entre los dos, acorde con las ideas higienistas «que atribuían una mayor debilidad al organismo femenino».

La realidad de posguerra evidenciará una falla intelectual insalvable entre Alonso Martos y las nuevas premisas del Régimen, a pesar de su patente compromiso con los ferroviarios. Se impone una educación religiosa obligatoria, como así se corrobora con la llegada de los religiosos a la dirección de los diferentes colegios. Aun así, no habrá cambios significativos en los programas de los colegios proyectados en plena Autarquía, como así muestra la ausencia de capillas, cuestión por la que se le acusará de ateo. K5Z3CBVV

Bibliografía

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